—Oye
tío, ¿cómo va tu libro?
Mi
blog me pregunta que cómo va mi lib...
—Ya
te lo he dicho, tío. Saben leer.
¿Qué?
—Me
refiero a que tus lectores, los que entran aquí cada semana, saben
leer. Eso quiere decir que cuando leen las frases en azul saben
perfectamente que soy yo, tu blog, quien les habla.
Sí,
pero, ¿y qué pasa con los lectores nuevos? ¿o con los no
habituales? ¿no crees que ellos merecen saber de qué va la cosa?
—Vale.
Yo me encargo. A ver, lectores nuevos, la cosa es ésta. Pedro Fabelo
es escritor, ya sabéis, uno de esos tíos que escriben cosas. ¿Veis
la cabecera del blog? ¿y veis lo que reza el subtítulo? Ahí lo
pone claramente. «El blog de uno
de esos tíos que escriben cosas».
¿Original, eh? Fue idea mía, por cierto...
De
eso nada.
—¿Cómo
que de eso nada?
Lo
que oyes. Tú no eres escritor. Yo soy escritor. Tú sólo eres un
blog.
—Así
que un blog, eh. Sólo soy eso. Un blog. Un simple blog. ¿Sabes?
Eres cruel, tío. Muy cruel.
Déjalo
ya, ¿quieres? Te conozco bien y sé que...¡por el amor de Dios!,
¿estás llorando?
—No.
No
me lo puedo creer. ¡Estás llorando!
—Sí.
¿Qué pasa? Estoy llorando. ¿Acaso un blog no puede llorar o qué?
¡Pero
qué melodramático eres! Eres como La
Dama de las Camelias de los blogs.
Hay que joderse. Déjalo ya. Vas a poner perdida la configuración de
la HTML con tus lágrimas de cocodrilo. ¿Quieres dejar de hacer
pucheros? Yo no he dicho que seas un simple blog. Eres un blog. Mi
blog. Y estoy orgulloso de ti. De lo que hemos construido juntos.
—Sí,
ya...
¿No
me crees?
—Vale.
Te creo.
No
lo dices muy convencido.
—Está
bien. Mírame a los ojos. O mejor, mira fijamente al código fuente
de Blogger. ¿Ya?
Ya.
—Te
creo, ¿vale?
Ok.
—Perfecto.
Y ahora, ¿quieres decirme cómo va tu libro? Parece que se demora el
asunto de la publicación, ¿no?
Vale.
Te cuento. Escribir un libro es una tarea harto difícil. Sobre todo
si lo haces con vistas a ser comercializado. No basta con escribir y
publicar cualquier cosa. No soy un Premio Planeta. Yo soy un escritor
de verdad, y no un advenedizo mediático. Con esto te quiero decir
que, al menos en mi caso, considero innegociable poner corazón, alma
y talento al servicio de aquello que quiero contar y, a partir de
aquí, echarle horas y más horas de duro trabajo de corrección. Y
cuando al final lo tienes todo perfectamente corregido, viene el
siguiente paso: la maquetación. Maquetar un libro no es sencillo.
Tienes que estar atento a los detalles: cuidar los márgenes, las
tabulaciones, el control de líneas viudas, mantener los párrafos
juntos, tener mucho cuidado con la división de palabras, mantener un
aspecto homogéneo...
—Perdona,
estaba viendo un blog de bloggers femeninas en pelotas. ¿Decías...?
¿Qué?
—El
sexo, macho. Ya sabes que me tira mucho.
De
verdad, no veas la paciencia que he de tener contigo. No sé ni para
qué me molesto en darte explicaciones. Eres zafio, vulgar,
irrespetuoso...
—Venga,
tío. No te enfades.
No,
si no me enfado.
—Sí
que estás enfadado. Te conozco muy bien, y sé que estás enfadado.
Admítelo.
Pues
sí. Estoy enfadado.
—¿Quieres
hablar de ello?
¿Me
estás vacilando? Porque si es eso te advierto que no está el horno
para bollos.
—No.
De verdad que no. Venga, va. Háblame de tu libro. ¿En qué fase se
encuentra?
En
la última.
—¿Puedes
ser más específico? Por favor...
Está
bien. Ya está todo terminado. El texto ha sido corregido hasta la
extenuación, convenientemente maquetado y editado según el formato
de edición elegido. La portada ya ha sido diseñada, enviada y
aprobada...
—¿La
portada? ¿de veras? ¿y quién la ha hecho?
Yo.
—¿Tú?
Sí.
Yo.
—¿Cómo?
Con
un dibujo que he hecho yo mismo a mano y que luego he digitalizado.
—Wow.
¿Puedo verla?
¿Te
refieres a la portada?
—Sí.
Quiero verla.
Vale.
Mira. Échale un vistazo. Pero ni se te ocurra subirla todavía. Aún
me queda una última prueba por hacer.
—¡Joder,
qué guapo te ha quedado! ¿En serio has hecho tú ese dibujo tan
chulo?
Sí.
No sé por qué te extrañas. Yo antes dibujaba. De pibe.
—¡Vaya,
en realidad sabemos tan poco el uno del otro!
¿Se
puede saber de qué demonios hablas? Yo lo sé todo sobre ti. Yo soy
tu creador.
—Vale
Frankenstein. No te emociones. Es cierto. Tú me creaste. Pero yo
apenas sé nada sobre ti. Dime Pedro, ¿eres feliz?
Vete
a la mierda.
—¿A
qué viene eso? Yo sólo quería ser amable.
Sí,
ya. Tú, amable.
—Oye,
y volviendo a tu dibujo. ¿Por qué no se lo enseñas a tus lectores?
Aún
no. Quiero mostrarlo cuando esté totalmente seguro de que ésa es
“la portada”. Pienso anunciarlo a bombo y platillo.
—¿De
veras?
Sí.
Ya me he comprado un bombo, un platillo y un par de baquetas. Será
como volver a los viejos tiempos cuando tocaba la batería en un
grupo de rock.
—¿Tú
tocabas la batería en un grupo de rock?
Sí.
Y la guitarra, y el bajo, y los teclados. Y componía canciones.
—Wow.
Eres increíble.
Sí,
el increíble Hulk, no te jode.
—Oye,
¿y para cuando piensas anunciar lo del libro y todo eso? Es decir,
¿cuándo estará a la venta?
La
semana pasada recibí confirmación de la imprenta diciéndome que
los archivos que les envié cumplían todos los requisitos, que
estaban listos para imprimir; así que he encargado un libro de
prueba para mi. Me han dicho que tardará entre una y dos semanas en
llegarme a mi casa. Quiero toquetearlo, olisquearlo, abrirlo y pasar
las páginas. Quiero estar completamente seguro de que quien decida
pagar por él se lleve un producto de calidad testada. Respeto mucho
a los lectores, ¿sabes? Y quiero que se lleven algo que les merezca
la pena el dinero invertido.
—¿Te
harás una foto con tu libro cuando te llegue a tu casa?
Ya
veremos.
—Sí,
tío. Hazlo. Seguro que a tus lectores les gustará verte con tu
libro en las manos.
¿Y
a ti? ¿Te gustará verme con mi libro en las manos?
—¿Salen
tías en pelotas en tu libro?
No.
—Pues
entonces me es indiferente. Haz lo que te salga...
Desde
luego, tú no te andas por las ramas.
—¿Y
por qué habría de hacerlo? ¿Acaso me has tomado por un blog de
jardinería?
En
fin. Querías saber cómo iba mi libro y ya te he contestado. Y
ahora, ¿me dejarás seguir trabajando en paz?
—Sí,
claro. Yo voy a echar un vistazo al blog de Marie Calloway. ¿Has
visto las tetas de esa tía? ¡Son espectaculares!
¡Lárgate
de una maldita vez!
—Vale,
vale. Ya me voy. ¡Hay que ver qué mal humor tienes por las mañanas,
tío...!